...la panadería, después viene un bar, al lado se encuentra
la tintorería, después un antiguo videoclub que ahora cuelga el cartel de 'se
vende', y para acabar la manzana hay una frutería. Alberto podía enumerar todas
las tiendas que se encontraban entre su casa y su trabajo. Era un pasatiempo,
quizá se podría catalogar como manía, pero todas las mañanas recitaba los
negocios mientras caminaba y de esta manera amenizaba sus paseos. Él era
contable de profesión, pero su gran sueño era ser deportista de élite. De
pequeño destacó en la cantera de uno de los mejores equipos de futbol, y muchos
ya le auguraban un futuro lleno de éxitos. Llegó incluso a participar en
torneos importantes, pero todo se esfumó cuando le falló la parte más
importante y a la vez más delicada del cuerpo humano: la cabeza. Se encontró
con quince años en el centro de todas las miradas y no pudo con la presión.
Gracias al apoyo de sus padres consiguió terminar los estudios y entrar en la
universidad, pero una vez maduró como persona y se encontró inmerso en la
rutina de su oficina, volvieron esas ganas de jugar. Y a diferencia de los
demás deportistas él no quería ganar títulos. Él lo que quería era ser bueno,
más bien ser el mejor. Quería llegar a las grandes citas y ser el protagonista,
quería que ochenta mil personas gritaran su nombre al unísono. Quería ser un
ídolo. Y cuando una idea se instala en la cabeza de una persona, no desaparece
hasta que se intenta llevarla a cabo. Pero claro, veintiséis años son
demasiados para empezar una carrera como deportista profesional. Así que aquí
nos encontramos, con Alberto de camino al trabajo mientras piensa: "El
taller de coches, la panadería, después viene un bar, al lado se encuentra la
tintorería, después un videoclub que... no puede ser. Ya no está el videoclub
con el cartel de 'se vende'. Ayer estaba y hoy no está, es imposible que lo
hayan cambiado de la noche a la mañana". En su lugar lo que había era una
tienda sin letrero ni escaparate, con la fachada pintada de color gris y el
interior muy poco iluminado. Alberto sintió un escalofrío, puesto que ese
negocio estaba carente de personalidad, era frío como el hielo, pero sin
embargo había una parte de él que quería entrar. "Si entro ahora llegaré
tarde al trabajo, pero por la tarde..." pensó mientras se alejaba
caminando distraído de cuanto ocurría a su alrededor. Aquél día fue el más
largo desde que entró en la empresa. Estaba ansioso, impaciente, mirando el
reloj cada minuto que pasaba. Varios compañeros le preguntaron si se encontraba
bien, a lo que él contestaba con un “sí, estoy bien” sin ni siquiera mirarles.
Cuando dieron las siete de la tarde salió de la oficina sin despedirse de los
compañeros y fue directo a la tienda. Los cinco minutos que pasó dentro de ella
fueron los más importantes de su vida, y los que marcaron los treinta y cuatro
años restantes hasta el día de su muerte. Una vez se encontró dentro vio que la
frialdad que transmitía desde la calle se multiplicaba cuando te encontrabas
dentro de ella, pues las paredes estaban desnudas y el único mueble que había en
su interior era una mesa con un timbre sobre ella. Antes de darse cuenta su
mano había empujado el pulsador y en sus oídos ya retumbaba el 'ding', un
sonido tan agudo que le llegó a causar cierto malestar. A los pocos segundos
apareció un hombre:
- Buenas tardes, ¿Qué desea? - preguntó el hombre, que iba
vestido con un traje negro
- Hola, buenas, quería... quería saber qué es este local. No
sé, que venden, porque no he visto ningún cartel fuera y soy del barrio y, no
sé, nunca antes había entrado aquí - se sintió estúpido, como si se le hubiera
olvidado hablar
- Bueno, no funcionamos como el resto de negocios. Aquí
primero me tiene que dar usted algo y luego se muestra el producto - la cara de
aquel hombre era de lo más común, tanto que costaba resaltar algún rasgo
característico que le diferenciara del resto
- ¿Y qué es lo que le debo dar? - Preguntó inmediatamente
- Creo que ya lo sabe, Don Alberto - Contestó con voz firme.
Alberto se quedó mudo por unos segundos, no era capaz de comprender que estaba
pasando, no sabía cómo aquel hombre que no había visto en la vida sabía su
nombre. Ni comprendía porque había sentido durante todo el día esa necesidad
que le empujó a entrar en aquella tienda. Lo único que sabía era lo que tenía
que decir a continuación
- De acuerdo, tiene usted mi palabra de que voy a decir la
verdad. Lo que diga aquí dentro no va a contener ni una sola mentira. Ahora
muéstreme el producto - fue lo primero que dijo sin que le temblara la voz
desde que entró en la tienda
- De acuerdo Don Alberto. Lo que aquí ofrecemos son sueños.
Cumplimos los sueños de las personas. Pero no cualquier sueño, si no el que sea
más importante. Y tenemos un porcentaje de éxito del 100%. Por lo tanto, y como
usted ha prometido, dígame cuál es su sueño y nosotros lo llevaremos a cabo. Y
cuando se haya cumplido, nunca antes de ese momento, usted nos deberá entregar
la cantidad monetaria que estime oportuna. Es una oportunidad única, sin letra
pequeña, y no tenemos límites. Poder llevar a cabo cualquier, repito, cualquier
sueño. Así que dígame Alberto, ¿Cuál es su sueño? - Contestó el hombre.
Se le había otorgado un deseo, y él sabía perfectamente cuál
era, lo sabía desde siempre. Y según escuchó la proposición de aquel hombre
Alberto comprendió que era verdad, que lo que aquel hombre le estaba contando
no era ninguna broma y podía conseguir llevar a cabo el sueño de su vida. Fue
entonces cuando huyó. Corrió y corrió alejándose de allí lo más rápido posible.
Alejándose para no volver jamás. No volvió a pisar aquella tienda, ni acercarse
a esa calle durante los treinta y cuatro años restantes hasta el día de su
muerte...
Me ha gustado mucho, sobre todo el final.
ResponderEliminar¡Un saludo!
Jon.
http://www.jonigual.com
¡Gracias por el comentario!, y respecto al final ya sabes lo que dicen: "ten cuidado con lo que sueñas... porque se puede cumplir"
EliminarMe pasaré por tu página, un saludo
Tengo a mis 57 y siendo cunsellor, mis serias dudas acerca de si todos nuestros sueños están para ser realizados, o si realmente queremos que se realicen. Creo que hay sueños que sólo cumplen una función estructurante o compensatoria. Ese impecable final muestra uno de esos casos, donde cumplir el sueño implica quedarse sin el sueño.
ResponderEliminarExcelente
Sin palabras... muchas gracias por el comentario
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