miércoles, 13 de junio de 2012

Sueños



...la panadería, después viene un bar, al lado se encuentra la tintorería, después un antiguo videoclub que ahora cuelga el cartel de 'se vende', y para acabar la manzana hay una frutería. Alberto podía enumerar todas las tiendas que se encontraban entre su casa y su trabajo. Era un pasatiempo, quizá se podría catalogar como manía, pero todas las mañanas recitaba los negocios mientras caminaba y de esta manera amenizaba sus paseos. Él era contable de profesión, pero su gran sueño era ser deportista de élite. De pequeño destacó en la cantera de uno de los mejores equipos de futbol, y muchos ya le auguraban un futuro lleno de éxitos. Llegó incluso a participar en torneos importantes, pero todo se esfumó cuando le falló la parte más importante y a la vez más delicada del cuerpo humano: la cabeza. Se encontró con quince años en el centro de todas las miradas y no pudo con la presión. Gracias al apoyo de sus padres consiguió terminar los estudios y entrar en la universidad, pero una vez maduró como persona y se encontró inmerso en la rutina de su oficina, volvieron esas ganas de jugar. Y a diferencia de los demás deportistas él no quería ganar títulos. Él lo que quería era ser bueno, más bien ser el mejor. Quería llegar a las grandes citas y ser el protagonista, quería que ochenta mil personas gritaran su nombre al unísono. Quería ser un ídolo. Y cuando una idea se instala en la cabeza de una persona, no desaparece hasta que se intenta llevarla a cabo. Pero claro, veintiséis años son demasiados para empezar una carrera como deportista profesional. Así que aquí nos encontramos, con Alberto de camino al trabajo mientras piensa: "El taller de coches, la panadería, después viene un bar, al lado se encuentra la tintorería, después un videoclub que... no puede ser. Ya no está el videoclub con el cartel de 'se vende'. Ayer estaba y hoy no está, es imposible que lo hayan cambiado de la noche a la mañana". En su lugar lo que había era una tienda sin letrero ni escaparate, con la fachada pintada de color gris y el interior muy poco iluminado. Alberto sintió un escalofrío, puesto que ese negocio estaba carente de personalidad, era frío como el hielo, pero sin embargo había una parte de él que quería entrar. "Si entro ahora llegaré tarde al trabajo, pero por la tarde..." pensó mientras se alejaba caminando distraído de cuanto ocurría a su alrededor. Aquél día fue el más largo desde que entró en la empresa. Estaba ansioso, impaciente, mirando el reloj cada minuto que pasaba. Varios compañeros le preguntaron si se encontraba bien, a lo que él contestaba con un “sí, estoy bien” sin ni siquiera mirarles. Cuando dieron las siete de la tarde salió de la oficina sin despedirse de los compañeros y fue directo a la tienda. Los cinco minutos que pasó dentro de ella fueron los más importantes de su vida, y los que marcaron los treinta y cuatro años restantes hasta el día de su muerte. Una vez se encontró dentro vio que la frialdad que transmitía desde la calle se multiplicaba cuando te encontrabas dentro de ella, pues las paredes estaban desnudas y el único mueble que había en su interior era una mesa con un timbre sobre ella. Antes de darse cuenta su mano había empujado el pulsador y en sus oídos ya retumbaba el 'ding', un sonido tan agudo que le llegó a causar cierto malestar. A los pocos segundos apareció un hombre:
- Buenas tardes, ¿Qué desea? - preguntó el hombre, que iba vestido con un traje negro
- Hola, buenas, quería... quería saber qué es este local. No sé, que venden, porque no he visto ningún cartel fuera y soy del barrio y, no sé, nunca antes había entrado aquí - se sintió estúpido, como si se le hubiera olvidado hablar
- Bueno, no funcionamos como el resto de negocios. Aquí primero me tiene que dar usted algo y luego se muestra el producto - la cara de aquel hombre era de lo más común, tanto que costaba resaltar algún rasgo característico que le diferenciara del resto
- ¿Y qué es lo que le debo dar? - Preguntó inmediatamente
- Creo que ya lo sabe, Don Alberto - Contestó con voz firme. Alberto se quedó mudo por unos segundos, no era capaz de comprender que estaba pasando, no sabía cómo aquel hombre que no había visto en la vida sabía su nombre. Ni comprendía porque había sentido durante todo el día esa necesidad que le empujó a entrar en aquella tienda. Lo único que sabía era lo que tenía que decir a continuación
- De acuerdo, tiene usted mi palabra de que voy a decir la verdad. Lo que diga aquí dentro no va a contener ni una sola mentira. Ahora muéstreme el producto - fue lo primero que dijo sin que le temblara la voz desde que entró en la tienda
- De acuerdo Don Alberto. Lo que aquí ofrecemos son sueños. Cumplimos los sueños de las personas. Pero no cualquier sueño, si no el que sea más importante. Y tenemos un porcentaje de éxito del 100%. Por lo tanto, y como usted ha prometido, dígame cuál es su sueño y nosotros lo llevaremos a cabo. Y cuando se haya cumplido, nunca antes de ese momento, usted nos deberá entregar la cantidad monetaria que estime oportuna. Es una oportunidad única, sin letra pequeña, y no tenemos límites. Poder llevar a cabo cualquier, repito, cualquier sueño. Así que dígame Alberto, ¿Cuál es su sueño? - Contestó el hombre.
Se le había otorgado un deseo, y él sabía perfectamente cuál era, lo sabía desde siempre. Y según escuchó la proposición de aquel hombre Alberto comprendió que era verdad, que lo que aquel hombre le estaba contando no era ninguna broma y podía conseguir llevar a cabo el sueño de su vida. Fue entonces cuando huyó. Corrió y corrió alejándose de allí lo más rápido posible. Alejándose para no volver jamás. No volvió a pisar aquella tienda, ni acercarse a esa calle durante los treinta y cuatro años restantes hasta el día de su muerte...

4 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, sobre todo el final.
    ¡Un saludo!
    Jon.

    http://www.jonigual.com

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    1. ¡Gracias por el comentario!, y respecto al final ya sabes lo que dicen: "ten cuidado con lo que sueñas... porque se puede cumplir"
      Me pasaré por tu página, un saludo

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  2. Tengo a mis 57 y siendo cunsellor, mis serias dudas acerca de si todos nuestros sueños están para ser realizados, o si realmente queremos que se realicen. Creo que hay sueños que sólo cumplen una función estructurante o compensatoria. Ese impecable final muestra uno de esos casos, donde cumplir el sueño implica quedarse sin el sueño.
    Excelente

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