La dialéctica del caracol es su caparazón: cada
vez que salía de él, no era el mismo. Buscándose en la espiral se le fue el
tiempo. Avanzaba, a su ritmo, por el tablero de ajedrez. Avanza una casilla.
La mantis religiosa, elevando su cuerpo verde sobre
sus patas, avanzó tres casillas hacia el frente y una hacia la derecha para
devorar a su semejante. Era el impredecible caballito del diablo.
El escarabajo, caminando de espaldas, solo
entendía la vida empujando aquella gran bola de estiércol por todo el tablero. Avanzó
cuatro casillas al frente pero su destino fue ser devorado por la araña, la
reina del tablero, en un movimiento lateral al siguiente turno.
Pasadas varias jugadas, muchas casillas vacías
y sin un claro ganador, un caracol, en su camino lento pero constante, llegó al
otro lado del tablero. Perdió su caparazón y pasó a convertirse en la pieza
viva más importante de todas. Con su movimiento especial en espiral se movía de
punta a punta con mayor agilidad que el resto de sus compañeros.
-¡Se
acabó el tiempo! –dijo Juanito-. He ganado.
-Mentira,
he conseguido la jugada maestra. Gané yo –contestó su joven amigo.
Nuestros
dos jugadores discutieron sobre el ganador, llegando a las manos hasta que su
atención se centró en un nuevo juego, abandonando a todos los bichos que
lentamente huían de la zona de juego. Los dos jóvenes, que en su vida cotidiana
no eran más que niños, aquella tarde jugaron a ser dioses.
Frase inicial: @Carlos_SilvaK web http://todostusdiosesmuertos.blogspot.com
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