viernes, 2 de noviembre de 2012

Espiral



La dialéctica del caracol es su caparazón: cada vez que salía de él, no era el mismo. Buscándose en la espiral se le fue el tiempo. Avanzaba, a su ritmo, por el tablero de ajedrez. Avanza una casilla.

La mantis religiosa, elevando su cuerpo verde sobre sus patas, avanzó tres casillas hacia el frente y una hacia la derecha para devorar a su semejante. Era el impredecible caballito del diablo.

El escarabajo, caminando de espaldas, solo entendía la vida empujando aquella gran bola de estiércol por todo el tablero. Avanzó cuatro casillas al frente pero su destino fue ser devorado por la araña, la reina del tablero, en un movimiento lateral al siguiente turno.

Pasadas varias jugadas, muchas casillas vacías y sin un claro ganador, un caracol, en su camino lento pero constante, llegó al otro lado del tablero. Perdió su caparazón y pasó a convertirse en la pieza viva más importante de todas. Con su movimiento especial en espiral se movía de punta a punta con mayor agilidad que el resto de sus compañeros.

-¡Se acabó el tiempo! –dijo Juanito-. He ganado.

-Mentira, he conseguido la jugada maestra. Gané yo –contestó su joven amigo.

Nuestros dos jugadores discutieron sobre el ganador, llegando a las manos hasta que su atención se centró en un nuevo juego, abandonando a todos los bichos que lentamente huían de la zona de juego. Los dos jóvenes, que en su vida cotidiana no eran más que niños, aquella tarde jugaron a ser dioses.


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